miércoles, 22 de febrero de 2017

6ª Reflexión: La trampa de los finales felices

¿Por qué será que todos anhelamos tener una vida ideal? Ríos de tinta se han escrito sobre esto. ¿Qué es la felicidad? ¿en que consiste? ¿cómo alcanzarla? ¿es deseable alcanzarla? Personalmente creo que la clave de toda la reflexión reside en esta ultima pregunta: ¿qué tan deseable es alcanzar la felicidad?
Lo mas probable es que el 99.9% de la población mundial responda que es totalmente deseable. Es más, no sólo es deseable sino imperativo. Muchos pensarán que el hombre o mujer que no se asuma como feliz realmente no tiene razones para vivir pues la existencia ha de ser, ante todo, dichosa. ¿Qué otro sentido tendría vivir si no fuese así?  Ninguno, según la opinión común.

Pues bien, hoy siento que la opinión del 99.9% de la población mundial no aplica a mi caso. Hoy me he dado cuenta y he admitido abiertamente que no soy feliz. He pasado los últimos dos, casi tres meses luchando con esa sensación de que algo no está bien sin poder apuntar exactamente el qué. Hoy en la mañana me di cuenta. No soy feliz.

Mi existencia es miserable como jamás lo ha sido.

Acabo de salir del peor año de mi vida. Jamás en veintiséis años lo he pasado tan mal, ni cuando me acosaban en la prepa o cuando me quede sin amigos por dos semestres. Tampoco cuando tenía la autoestima por los suelos en mis primeros años de universidad, cuando me sentía mas insignificante que una bacteria. Es más, ni siquiera en mi infancia cuando mi madre no dejaba de recordarme lo gorda, fea y absolutamente estúpida que era. No. Jamás perdí la voluntad de seguir adelante como ahora; jamás había visto mis sueños destruidos, regados en el piso en el piso del baño como agua sucia. Jamás vi todo irse por la borda ante mis ojos. Jamás me imaginé que una mañana llegaría a preguntarme: «¿para qué levantarse hoy? ¿qué sentido tiene? ¿por qué no desaparecer ya?» y acto seguido aterrarme de tener estos pensamientos. Decirme a mi misma: «carajo, esta no soy yo ¿quién eres monstruo? ¿qué has hecho conmigo? ¿dónde estoy? ¿cómo salgo de aquí?». Y esto sucediendo diario. O casi a diario.

Hoy, el día que finalmente he aceptado lo miserable que soy, no puedo evitar preguntarme como llegue aquí.  No es la primera vez que lo pienso, mi mente ya ha reflexionado en varias ocasiones sobre ello llegando a varias conclusiones certeras, pero parciales. La primera fue contundente: llegué a Inglaterra con aspiraciones irreales que, cuando se vieron confrontadas con la durísima realidad, simplemente no se pudieron sostener. Como bien dijo Karina, ¿tienes idea de lo difícil que es ver tus sueños romperse? Ni siquiera puedo empezar a describirlo. Es tan fuerte, tan impactante que a veces la mejor solución para sobrellevarlo —que no superarlo— es simplemente no hablar de ello. No creo que un golpe así sea fácil de sobrellevar, es un duelo dificilísimo, mas duro que la muerte de un ser cercano por un simple hecho: se trata de la muerte de una parte de tu alma, un fragmento de tu ser. ¿Cómo coño superas eso?

Darme cuenta de que mis aspiraciones eran irreales fue horrible, la realización  se llevo mi autoestima y mi confianza en mis habilidades. Reprobé. Me costó el triple de trabajo pasar, hacer ensayos, medio mejorar. Quede traumada. Odié la academia, quise matar a alguien. Mi supervisor siempre me trató como si fuese una absoluta molestia con la que no valía la pena invertir un microsegundo de su valioso tiempo. Cuando quise hablar de esto con compañeros o amigos todos me respondieron con la tajante frase «así son las cosas». No lo pude creer ¿así son las cosas? ¿eso significa que tengo que apechugar y aceptar que no sirvo en absoluto? Matt me dijo lo siguiente «algún día quizás cambie» y yo le respondí, molesta «pero en lo que eso sucede, yo me jodo». Ya no dijo nada.

Tan solo de recordar esto la sangre me hierve, me cuesta muchísimo trabajo creer que la persona que dijo quererme haya podido decir semejantes estupideces. Sin embargo, las acepté como parte de  su personalidad pendeja hasta ahora me doy cuenta y me cerré a todo lo que tuviese que decir de ahí en adelante. A partir de ese momento la relación se fue a absoluto pique y ahora finalmente entiendo el porqué.

Sin embargo, a pesar de que me di cuenta de que mis aspiraciones eran irreales, cuando volví a casa me negué a pensar en ello, seguí creyendo que podía volver y hacer mi lucha, recuperar mi final feliz. No fue así. Mi supervisor me envío el correo asesino: «no creo que estés lista para un doctorado» o en otras palabras, ‘no eres capaz'. De acuerdo, para sus estándares no soy capaz, lo acepto. Mis habilidades no están a la altura de sus estudiantes pues no recibí la misma calidad en educación. ¿Pero eso debe mermar mi confianza? ¿Acaso no puedo superarme? Claro que puedo. Me ha costado mucho trabajo, dolores de cabeza, lágrimas y gritos aceptar que sus palabras no son destino. Si en ese entonces lo creía una especie de Dios, dictador de vidas, es porque estaba pensando en la lógica del final feliz.
El final feliz. Ese es el verdadero problema de todo esto.

La sociedad me ha programado para no aceptar mi tristeza, para no aceptar mis derrotas, para frustrarme y jalarme los cabellos si fracaso, para pensar que todo está perdido si no puedo. ¡Y no es así! De acuerdo, soy miserable. Ahora mismo podría gritarle al mundo que me siento morir y no quiero salir de la cama nunca más, que la vida en este instante no tiene sentido para mi. Lo haría gustosamente incluso si alguien me fuese a preguntar algo similar a: «ok. ¿qué quieres comer?» Si, tan banal como eso. De cualquier modo explotaría.

Sin embargo, sé que si alguien pudiese escucharme su reacción será de consternación y horror. De preocupación y miedo. Pensarán que estoy lista para suicidarme tirándome del balcón. No es así. El que mi vida sea miserable en este momento no implica de ninguna manera que vaya a acabar con ella. ¿Sabes porqué? Simplemente porque la tristeza es parte de la vida, es necesaria. Sin tristeza no puede haber felicidad, sin tristeza no hay plenitud. ¿Cómo demonios puedes salir del pozo si nunca has estado dentro en primer lugar? Es absurdo. Yo quiero salir del pozo, claro que sí, pero para hacerlo primero tengo que reconocer que estoy ahí y, mas importante aun, como es que llegue. Esa es la única manera en la que encontraré las herramientas para escalar.

¿En resumen? La felicidad eterna, al igual que los finales felices donde el príncipe azul te encuentra siempre, no existe. La vida no tiene dibujitos, no es color de rosa. La vida es dolorosa, está llena de tristeza, los momentos de felicidad son efímeros, contados. Por eso cuando llegan hay que aprovecharlos y vivirlos al máximo. Pero al igual que la felicidad debe vivirse plenamente, la tristeza también debe aceptarse, pues es lo que nos hace crecer y entender la vida, lo que nos hace apreciar los días soleados, a los amigos, a nuestros padres mientras los tenemos, los paisajes bonitos, la paz de un atardecer, la buena música, la buena comida, una buena noche de sueño y un lindo sueño, a nuestras mascotas, a nuestros hijos, a nuestros hermanos, el amor de nuestras parejas y, en general, todos esos momentos bellos que hacen que, al final, todo el dolor  que implica el acto de vivir valga la pena.


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