martes, 10 de mayo de 2016

1ª Reflexión: En el inicio

Me acaba de entrar la nostalgia. Me dio por recordar aquella primera entrada que escribí en mi ahora extinto primer blog. Llevaba por nombre "cero y van tres". 
Al igual que este humilde espacio, surgió de la frustración escolar y del estrés. De la falta de amistades sólidas y de una persona con la cual realmente poderme desahogar a mis anchas. Años después la situación se repite, aunque ya no este en la prepa y el escenario sea totalmente diferente —sin compañeritos molestones, sin maestros inútiles, sin frustraciones de imagen— el estrés se mantiene. Y es que la vida y el tiempo no perdonan; las cosas realmente nunca cambian en el ámbito académico, parece que somos nosotros los que nos tenemos que adaptar o morir.

Por alguna extraña razón, cuando somos jóvenes tenemos la ridícula idea de que, al crecer, todo se arreglara mágicamente. Eso es lo que los adultos se la pasan pregonando: "ya crecerás" "no todo en la vida es así" "el mundo no se acaba". Y yo me pregunto, ¿acaso ninguno de ellos tiene memoria? Señores, el mundo sí que se acaba: vivir es complicado y doloroso; aunque crezca, nada cambiará mágicamente, el dolor no desaparecerá de un día para otro, sólo se transformará. La única diferencia fundamental entre los años jóvenes y la vida adulta es la actitud con la que te enfrentes a los malos tratos que el día a día te dé.

Trasladándolo al mundo académico, lo único que importa es tu habilidad para escribir más y mejores ensayos; cuanto menos tiempo te tome, mejor. Si en la prepa no podías escribir ni quinientas palabras en tres días, mas te vale que para cuando llegues al posgrado puedas producir cinco mil en una noche y en un idioma extranjero. 

¿Que más importa? La cantidad de páginas que puedas leer en una hora. Es aceptable que no pases de tres en la prepa (¿siquiera leías?), pero el posgrado exige mínimo veinticinco mas habilidades como lectura selectiva y toma de notas inteligentes. Agrega la preparación de presentaciones para tus clases, más horas de estudio independiente y, por supuesto, horas de encierro sistemático en la biblioteca haciendo investigación para la tesis. 

No es fácil y menos en una universidad que verdaderamente exija. Aún menos si nunca has sido el tipo de persona que sabe cómo organizar perfectamente su tiempo. Yo, lo reconozco, no lo soy.  Durante toda mi carrera no brillé precisamente por mi organización. Actualmente eso me esta jugando en contra.

No es mentira lo que dicen por ahí, entrar al mundo académico es difícil. Tratar con profesores que evidentemente son eminencias en su campo mientras que tu eres, literalmente, nadie, no es fácil. Quizá cuando ellos se formaron las cosas no eran tan difíciles, quizás no había tantos jóvenes interesados, quizás el área no era tan popular. Supongo que nunca lo sabremos. Lo importante es que las humanidades están actualmente sobresaturadas: por cada puesto libre cien o más doctores compitiendo. Candidatos con una preparación brillante, todos y cada uno de ellos. A estas alturas creo que realmente es cuestión de suerte pegarle al gusto del comité académico. 

Claramente este es un camino largo; yo no he recorrido ni la décima parte y ya me estoy muriendo. Ahora que lo pienso bien, no estoy muy segura de querer hacerlo. Nada me garantiza conseguir un trabajo y, honestamente, no deseo dejarme la vida en ello. Últimamente lo he estado reflexionando y decidí que simplemente no soy ese tipo de persona. Antes de los sueños de grandeza, quisiera contar con una fuente de ingresos que me permita llevar alimento a mi estómago. Así de sencillo. 


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