¿Por
qué será que todos anhelamos tener una vida ideal? Ríos de tinta se han escrito
sobre esto. ¿Qué es la felicidad? ¿en que consiste? ¿cómo alcanzarla? ¿es
deseable alcanzarla? Personalmente creo que la clave de toda la reflexión
reside en esta ultima pregunta: ¿qué tan deseable es alcanzar la felicidad?
Lo
mas probable es que el 99.9% de la población mundial responda que es
totalmente deseable. Es más, no sólo es deseable sino imperativo. Muchos pensarán que el hombre o
mujer que no se asuma como feliz realmente no tiene razones para vivir pues la
existencia ha de ser, ante todo, dichosa. ¿Qué otro sentido tendría vivir si no
fuese así? Ninguno, según la opinión
común.
Pues
bien, hoy siento que la opinión del 99.9% de la población mundial no aplica a mi caso. Hoy me
he dado cuenta y he admitido abiertamente que no soy feliz. He pasado los
últimos dos, casi tres meses luchando con esa sensación de que algo no está
bien sin poder apuntar exactamente el qué. Hoy en la mañana me di cuenta. No
soy feliz.
Mi
existencia es miserable como jamás lo ha sido.
Acabo
de salir del peor año de mi vida. Jamás en veintiséis años lo he pasado tan
mal, ni cuando me acosaban en la prepa o cuando me quede sin amigos por dos
semestres. Tampoco cuando tenía la autoestima por los suelos en mis primeros años de universidad, cuando me sentía mas insignificante que una bacteria. Es más, ni siquiera en mi
infancia cuando mi madre no dejaba de recordarme lo gorda, fea y absolutamente
estúpida que era. No. Jamás perdí la voluntad de seguir adelante como ahora; jamás había visto mis sueños destruidos, regados en el piso en el piso del baño como agua sucia. Jamás vi todo irse por la
borda ante mis ojos. Jamás me imaginé que una mañana llegaría a preguntarme: «¿para qué levantarse hoy? ¿qué sentido
tiene? ¿por qué no desaparecer ya?» y acto seguido aterrarme de tener estos
pensamientos. Decirme a mi misma: «carajo, esta no soy yo ¿quién eres monstruo?
¿qué has hecho conmigo? ¿dónde estoy? ¿cómo salgo de aquí?». Y esto sucediendo
diario. O casi a diario.
Hoy,
el día que finalmente he aceptado lo miserable que soy, no puedo evitar preguntarme
como llegue aquí. No es la primera vez
que lo pienso, mi mente ya ha reflexionado en varias ocasiones sobre ello
llegando a varias conclusiones certeras, pero parciales. La primera fue
contundente: llegué a Inglaterra con aspiraciones irreales que, cuando se
vieron confrontadas con la durísima realidad, simplemente no se pudieron
sostener. Como bien dijo Karina, ¿tienes idea de lo difícil que es ver tus
sueños romperse? Ni siquiera puedo empezar a describirlo. Es tan fuerte, tan
impactante que a veces la mejor solución para sobrellevarlo —que no superarlo—
es simplemente no hablar de ello. No creo que un golpe así sea fácil de
sobrellevar, es un duelo dificilísimo, mas duro que la muerte de un ser cercano
por un simple hecho: se trata de la muerte de una parte de tu alma, un
fragmento de tu ser. ¿Cómo coño superas eso?
Darme
cuenta de que mis aspiraciones eran irreales fue horrible, la realización se llevo mi
autoestima y mi confianza en mis habilidades. Reprobé. Me costó el triple de
trabajo pasar, hacer ensayos, medio mejorar. Quede traumada. Odié la academia,
quise matar a alguien. Mi supervisor siempre me trató como si fuese una
absoluta molestia con la que no valía la pena invertir un microsegundo de su valioso tiempo. Cuando quise hablar de esto con compañeros o amigos todos me
respondieron con la tajante frase «así son las cosas». No lo pude creer ¿así
son las cosas? ¿eso significa que tengo que apechugar y aceptar que no sirvo en
absoluto? Matt me dijo lo siguiente «algún día quizás cambie» y yo le respondí,
molesta «pero en lo que eso sucede, yo me jodo». Ya no dijo nada.
Tan
solo de recordar esto la sangre me hierve, me cuesta muchísimo trabajo creer
que la persona que dijo quererme haya podido decir semejantes estupideces. Sin
embargo, las acepté como parte de su personalidad pendeja —hasta ahora me doy cuenta— y me cerré a todo lo
que tuviese que decir de ahí en adelante. A partir de ese momento la relación
se fue a absoluto pique y ahora finalmente entiendo el porqué.
Sin
embargo, a pesar de que me di cuenta de que mis aspiraciones eran irreales, cuando volví a casa me negué a pensar en ello, seguí creyendo que podía volver
y hacer mi lucha, recuperar mi final feliz. No fue así. Mi supervisor me envío
el correo asesino: «no creo que estés lista para un doctorado» o en otras
palabras, ‘no eres capaz'. De acuerdo, para sus estándares no soy capaz, lo
acepto. Mis habilidades no están a la altura de sus estudiantes pues no recibí
la misma calidad en educación. ¿Pero eso debe mermar mi confianza? ¿Acaso no
puedo superarme? Claro que puedo. Me ha costado mucho trabajo, dolores de
cabeza, lágrimas y gritos aceptar que sus palabras no son destino. Si en ese entonces lo creía una especie de Dios, dictador de vidas, es porque estaba pensando en la lógica del final feliz.
El
final feliz. Ese
es el verdadero problema de todo esto.
La
sociedad me ha programado para no aceptar mi tristeza, para no aceptar mis
derrotas, para frustrarme y jalarme los cabellos si fracaso, para pensar que
todo está perdido si no puedo. ¡Y no es así! De acuerdo, soy miserable. Ahora
mismo podría gritarle al mundo que me siento morir y no quiero salir
de la cama nunca más, que la vida en este instante no tiene sentido para mi. Lo
haría gustosamente incluso si alguien me fuese a preguntar algo similar a: «ok. ¿qué
quieres comer?» Si, tan banal como eso. De cualquier modo explotaría.
Sin
embargo, sé que si alguien pudiese escucharme su reacción será de consternación y horror. De preocupación y
miedo. Pensarán que estoy lista para suicidarme tirándome del balcón. No es
así. El
que mi vida sea miserable en este momento no implica de ninguna manera que vaya
a acabar con ella. ¿Sabes porqué? Simplemente porque la tristeza es parte de la
vida, es necesaria. Sin tristeza no puede haber felicidad, sin tristeza no hay
plenitud. ¿Cómo demonios puedes salir del pozo si nunca has estado dentro en primer
lugar? Es absurdo. Yo
quiero salir del pozo, claro que sí, pero para hacerlo primero tengo que
reconocer que estoy ahí y, mas importante aun, como es que llegue. Esa es la
única manera en la que encontraré las herramientas para escalar.
¿En
resumen? La felicidad eterna, al igual que los finales felices donde el príncipe
azul te encuentra siempre, no existe. La vida no tiene dibujitos, no es color de
rosa. La vida es dolorosa, está llena de tristeza, los momentos de felicidad
son efímeros, contados. Por eso cuando llegan hay que aprovecharlos y vivirlos
al máximo. Pero al igual que la felicidad debe vivirse plenamente, la tristeza
también debe aceptarse, pues es lo que nos hace crecer y entender la vida, lo
que nos hace apreciar los días soleados, a los amigos, a nuestros padres
mientras los tenemos, los paisajes bonitos, la paz de un atardecer, la buena
música, la buena comida, una buena noche de sueño y un lindo sueño, a nuestras
mascotas, a nuestros hijos, a nuestros hermanos, el amor de nuestras parejas y,
en general, todos esos momentos bellos que hacen que, al final, todo el dolor que implica el acto de vivir valga la pena.